Han transcurrido más de 50 años de la aplicación de la Ley de Reforma Agraria (1969), impulsada por el gobierno militar del General EP Juan Velazco Alvarado durante 1968 a 1975. A partir de esta ley, mediados de la década del 70, y la del 80, la tendencia del minifundio se acelera y se empieza a cerrar el ciclo asociativo de las tierras; con ello, los campesinos no beneficiarios y casi siempre respaldados por dirigentes de grupos de izquierda, se apropian de tierras de las cooperativas.
Este proceso propició la existencia de pequeñas parcelas (minifundio) administradas por campesinos en condiciones económicas precarias y dependencia del Estado que les entregaba créditos, conociendo con seguridad que sus pequeñas parcelas no serían embargadas, ni rematadas, antes sus incumplimientos de pago.
Los nuevos pequeños propietarios, deben enfrentarse al mercado, desprovistos de capacitación técnica, sin transferencia de tecnología y echan mano de las prácticas tradicionales para trabajar sus tierras. Sin duda, la ausencia de asistencia técnica sigue impactando directamente en la productividad. Por ejemplo; el algodón, los campesinos llegaron a producir solo entre el 20% y 25% de lo que producía la hacienda.
Los campesinos, en su mayoría, desorganizados tratan de progresar apoyándose en entidades bancarias del Estado en quiebra, posteriormente ya en la década del 90, tocan las puertas de la Banca Privada y de las Cajas de Ahorro, que, por las condiciones de los préstamos, muchos perdieron sus parcelas y pasaron a la posición de peones.
Otros, se agruparon y en vista que existían conflictos internos, corrupción y no lograban consensos sobre la producción agraria, vieron conveniente vender sus tierras a particulares y empresas, retornando a lo que Velazco, por imposición y clamor popular quiso desaparecer. En ese entonces, existía un resentimiento mayoritario hacia los hacendados, también existía el mensaje del olvidado, maltratado y la lucha de clases; pero una vez que las tierras les fueron concedidas, no supieron qué hacer. Dar el poder al campesino sobre las tierras fue una satisfacción instantánea, porque luego tuvieron que hacerse responsables de su producción y otros, vieron conveniente, regresar al cooperativismo.
Los campesinos beneficiarios de la Reforma Agraria han envejecido, tienen una edad promedio entre 75 y 85 años, en otras actividades económicas ya se hubieran jubilado y con beneficios para su vida futura. Además, es notorio el resentimiento que tienen con respecto a la actividad agrícola a partir de la reforma agraria, siendo esta la mayor fuente de trabajo del país y en gran medida de subsistencia. No es como dicen las ONGs: “que el campesino tiene un gran apego por su tierra”, mi lectura es distinta – y, siendo yo, parte de esa realidad – yo creo que es lo más seguro que tienen, si existiera otra oportunidad, la tomarían.
Referencia: Jorge Arévalo, agricultor piurano, líder social, comunicador y escritor (2023). Agro, algún día aprenderemos del pasado (III parte).